
En los cursos de verano de la Universidad Europea Miguel de Cervantes.
Ayer en Valladolid, camino del restaurante, Arcadi Espada formuló en el coche la más terrible de sus sentencias terribles: ‘Lo que más miedo me da de las terceras elecciones son las cuartas’. En efecto. Del mismo modo que reconocer el derecho de autodeterminación de un territorio del Estado extiende de suyo ese pretendido derecho a las comarcas incómodas en ese mismo territorio -el Valle de Arán respecto de Cataluña, por ejemplo, o Escocia en un Reino Unido autoexiliado-, la posibilidad misma de las terceras elecciones, que como su nombre indica sucederían a las segundas, que como su nombre indica sucedieron a las primeras, amenaza con retrotraer a España al entrañable bucle tragicómico del siglo XIX, solo que con urnas frenéticas en el papel de espadones a caballo hollando el Parlamento cada dos años.
Demasiados articulistas han sobado ya la repetición marxiana de la tragedia como farsa, pero ¿qué pasa cuando es la propia farsa la que se repite? Tan solo que el género avanza un estadio más y se precipita hacia el esperpento. Nada tan español, hay que reconocer Valle mediante, ni menos civilizado. El grotesco espectáculo que la partidocracia española está dando al mundo solo podría encontrar redención por el arte, en las novelas de sátira política que no tenemos tiempo de escribir, o por el turismo, en los recorridos para guiris procedentes de democracias asentadas a los que se mostraría el plató rotundo del No, el sagrado despacho del Sí y el inverosímil restaurante de la Abstención. Spain is different otra vez. Y una tapita de jamón.
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