
Dos ciudadanos.
Sigo con científica pasión el proceso de convergencia entre hombres y animales que patrocina nuestra vibrante era de la igualdad. No parece lejano el día edénico en que se derrumbe la última diferencia entre unos y otros. De momento los madrileños ya podemos viajar en metro con nuestro perro, o con nuestra perra, aunque la ordenanza municipal no explicita aún si los ciudadanos bien educados debemos ceder el asiento a las perritas embarazadas en caso de que así nos lo solicite con una caída de ojos o un ladrido aclaratorio, ya que no todas las razas de cánidos evidencian su gravidez a simple vista.
Cualquier cliente de Inditex ya puede acceder con su mascota a cualquier establecimiento de la compañía siempre y cuando ‘no impida que el resto de clientes se sienta cómodo en nuestras tiendas’, informa el departamento de comunicación con franciscana permisividad. ¿Pero a qué clase de humano desaprensivo puede incomodarle la irrupción de un mastín en el probador? ¿No mejorará decisivamente la mecánica experiencia del consumo con la presencia en el local de exóticas boas, atentos azores e inquietantes iguanas, de modo que uno se sienta como Noé con solo probarse unos gayumbos? Se anuncian, en fin, hoteles con servicios específicos, desde spa hasta psicólogo de mentes caninas, cuya titulación incluye el mismo número de asignaturas que la de mentes humanas, si no más.