
La divinidad y el hombre.
Hoy se estrena en Borja la ópera estadounidense Behold the man, obra del compositor Paul Fowler con libreto de Andrew Flack. No sabemos si en su día emocionó a Spielberg, pero yo no dudo de que el fenómeno del Ecce homo es la cosa más fascinante que le ha sucedido a la Historia del Arte desde mucho antes de 2012, año en que la beata octogenaria empuñó el pincel garrafal. Que la fallida restauración de un fresco de Cristo impreso en el muro de un santuario remoto de una pedanía zaragozana haya merecido hasta la fecha un musical en Denver, varias reseñas en el New York Times y fundado una nueva meca de peregrinación turística debería invitar ya a la reflexión antes que seguir moviendo a mofa, que suele ser el pobre reflejo de ese gracejo español tan mecánico y grueso. Sin ápice de ironía, hoy se puede concluir que la obra de Cecilia Giménez reúne elementos estéticos, éticos, culturales, psíquicos y sociológicos que trascienden la mera ocasión para la chanza. Cuando el último meme empezó a aburrir, el Ecce homo de Borja seguía allí. ¿De dónde nace su poder de fascinación, acción de repeler y atraer al mismo tiempo? Ensayemos algunas explicaciones.