El edificio del Ministerio de Hacienda no ha cambiado desde el siglo XVIII, y ya sorprende que nadie lo haya bombardeado aprovechando alguna de nuestras periódicas guerras civiles. Va a resultar que Hacienda, efectivamente, somos todos.
Frescos regionalistas, mesas de madera noble, arañas barrocas que posan destellos sobre los mostachos señoriales de predecesores de Montoro que nos contemplan al óleo desde las paredes. Un silencio atronador. El Ministerio de Hacienda es una biblioteca en junio. ¿Nos estarán espiando al otro lado de esa puerta disimulada en un rectángulo de muro como un trampantojo? «Yo me entero de todo», se le escapa a veces al inquilino de esta Casa. Vestimos nuestro cuerpo para engañar y confiamos el alma a los íntimos, pero nuestros bolsillos son de cristal para Montoro. «¿Economía con alma? ¡Pero qué tontería es esa! ¡Como si hubiera economía sin alma! Economía es el viaje de novios que se regalan hoy quienes no pudieron casarse durante la crisis, por ejemplo».
Cuando por fin nos abren la puerta del despacho -el verdadero puente de mando de la legislatura que agoniza-, constatamos que la figura de don Cristóbal no se corresponde con el ámbito aproximadamente suntuoso que la aloja cada mañana y hasta las nueve de la noche. En el vídeo del telediario parece más agresivo, y en el escaño, no poco amenazante. Pero el susurro con que nos invita a tomar asiento frente a él encierra más agotamiento que intimidación. «Los viernes baja el cansancio de toda la semana. Y el Consejo de Ministros tampoco ayuda…».
Ampliando en La Sexta cómo surgió y aclarando su santa veracidad