
Una pulsión de cambio recorre España en sentido opuesto a la que se registró hace diez años. Es una pulsión profunda, fruto de una correlación de hartazgos no solo políticos sino también culturales, y un ciclo económico dominado por la incertidumbre catalizará el pendulazo. Así que no se avecina marejada sino corrimiento, un cambio generacional de paradigma como el que inauguraron los sesenta, que a su vez fue contestado en los ochenta. Lo ha expresado bien Calamaro al escribir que Madrid se asoma a una Segunda Movida. Pero ante el cambio caben siempre tres posturas: desafiarlo, acelerarlo o modularlo.