
Cuando en enero de 2015 el presidente Rajoy presentó a Juan Manuel Moreno Bonilla como una «alternativa prometedora» al socialismo en Andalucía, un puñado de sonrisas condescendientes recorrió el salón del Hotel Ritz de Madrid. Un cronista de este periódico, que estaba allí, escribió: «Lo cierto es que Moreno Bonilla tiene experiencia gestora y competencia técnica, sabe que hay que eliminar el impuesto de sucesiones y atraer la inversión privada, acierta en el diagnóstico y conoce las recetas. Pero esto es una campaña electoral, carajo. No se ganan unas elecciones prometiendo más gestión y menos ideología, sino reduciendo a escombros a tu rival».
Aquel cronista no era ajeno a los enérgicos aires de cambio que iban a revolucionar el sistema de representación hasta quebrar el bipartidismo. Pero ya avisó Pla del problema de todas las revoluciones: en el mejor de los casos, acaban devolviéndonos al punto de partida.