
El mundo no acaba con una explosión sino con un gemido, avisa Eliot, pero el sanchismo lleva el camino contrario. Sánchez empezó su carrera gimoteando ante Évole porque los poderes fácticos -empezando por Prisa- lo habían echado de Ferraz. Un lustro después su pequeño mundo de poder febril quema etapas hacia el operístico final. Es patético que tenga que acabar así, porque los humanos inventaron la democracia justamente para que el traspaso de poderes cursara con un trámite administrativo, incruento y tedioso. Aquel saludable aburrimiento ya no parece posible en este suelo.