
Hace cuatro años que se firmó la primera coalición entre PP y Vox. Fue en Castilla y León. Hemos olvidado aquel revuelo porque apenas duró unos días. Existía en la izquierda una urgente necesidad de reivindicación, pues para entonces su desgaste era inocultable. El pacto entre Mañueco y Gallardo -quien para desgracia de los húmedos cantores de la masculinidad persa jamás logró sacudirse del todo su limpia estampa de niño MBA- fue interpretado como la última oportunidad del sanchismo para pasarle el paño mediático a la polvorienta foto de Colón. Los socialistas de todas las redacciones echaron el resto, las tertulianas de progreso se subieron chillando a sus sillas como la Castafiore al divisar un ratón y Casado, que por aquellos días aún confiaba en la recompensa de alguien (nadie supo de quién), bordó su especialidad de tonto útil suelto por Europa.