
Las mejores ideas de Sánchez siempre son de los demás. Bien está, la originalidad en estos tiempos es un peligro y el talento de don Pedro para el plagio está fuera de toda discusión. Él vio a la Asamblea francesa aplaudiendo a rabiar al embajador ucraniano y planeó el mismo efecto invitando a su homólogo en España al hemiciclo. Pero cuando sentenció solemne que España estaba con su pueblo y su bancada dio la señal para el aplauso sostenido y general, fue inevitable acordarse del cínico aplauso del PP a Pablo Casado, aquel joven que dirigió el partido hace un par de décadas. Porque la resistencia ucraniana no sobrevive con aplausos sino con lanzacohetes. Y esta desnuda verdad, no apta para los niños de teta al estilo Delacroix que pueblan nuestro Congreso, finalmente fue asumida por Sánchez, suponemos que telefonazo de Borrell mediante. Y entonces el presidente del Aquarius que pidió la supresión del Ministerio de Defensa en la contra de este periódico se transmutó en personaje de Reverte, fue al armero y cogió su fusil.