
Uno no quiere creer en espíritus, en la fuerza del destino, en el eterno retorno de la historia. Uno aspira a guiar su juicio por el uso de razón, por el análisis de probabilidades, por la física y la química. Los jóvenes se imponen a los viejos. Los ricos predominan sobre los menos ricos. El uno cuenta más que el cero y el dos cuenta el doble de lo que cuenta el uno respecto del cero. Todas estas son proposiciones lógicas. Pero qué podemos hacer si el Real Madrid no nos permite conducirnos como animales racionales. Si sus remontadas siguen siendo inverosímiles, si sus fuerzas siguen naciendo de sus flaquezas y sus noches de prosa mutan súbitamente en verso heroico y literatura oral. «Ocurrió, yo estuve allí», dirán mañana, como dijeron ayer. Esa cadena de recuerdos articula las leyes míticas del madridismo.