La sesión de control a la oposición, perdón, al Gobierno se desarrolló en un hemiciclo aceptablemente concurrido. Se conoce que a sus señorías al fin les ha invadido la vergüenza por el absentismo escolar sostenido con la excusa pandémica. De hecho Sánchez se quedó más tiempo en el escaño que Casado, quizá porque el primero tiene que arropar a sus vicepresidentas en el Parlamento y el segundo tiene que ser arropado por sus barones en la convención del PP.
Yolanda Díaz se parece mucho a Angela Merkel. Las dos son mujeres, las dos son políticas y a las dos les gustan los pimientos de Padrón, razón de que Rajoy ordenara descargar un volquete de pimientos sobre el Hostal de los Reyes Católicos, donde se alojó Merkel durante su visita a España en plena crisis de deuda. La canciller escudriñaba los enigmáticos percebes y sonreía entre fuentes de pulpo, botellas de albariño e inciertas solanáceas (unos pican y otros no). Aquella cumbre hispano-germana se reveló un completo éxito diplomático: testigos de aquellos días cuentan que alemanes y españoles trabajaron un total de 15 minutos. Y no hubo necesidad de rescate.
A los soldados spenglerianos -cómo le gustaba este adjetivo a Gistau– de la base aérea de Zaragoza que salvaron a dos mil afganos del terror talibán yo les haría mil preguntas. Pero, cosas del cipotudismo, nunca se me habría ocurrido preguntarlessi encontraron tiempo para llorar. A Margarita Robles sí se le ocurrió, y recibió esta ontológica respuesta:
No era una ladera de Cumbre Vieja sino la sede de la soberanía nacional, pero amanecía igualmente desierta de vida, con ocasionales rociadas de lava dialéctica. En ausencia de Sánchez, que ha salido un momento a hacerse una foto a la ONU, todos los ministros habían sido desalojados por su propia desidia de la bancada azul. ¿Para qué vamos a ir si el jefe no está mirando? ¿A quién le importa ya la cámara legislativa si nuestros decretos resultan inconstitucionales y no pasa nada? ¿Quién quiere oírnos si tenemos el tuit para expectorar la consigna y el dúplex para salir en la tele, y si en realidad cobramos por reducir la polifonía de la democracia a la voz de vicetiple concernido de un solo hombre? Sin Sánchez ni hay Ejecutivo ni hay Legislativo, y el Judicial aguanta porque Marchena es canario y está acostumbrado a los volcanes.
Descubrir que a la lava le damos igual puede ser muy pedagógico. Le da igual que seamos pompeyanos del siglo uno o canarios del veintiuno, porque los volcanes -asombraos, niños- no tienen sentimientos. Es imposible empatizar con una lengua de fuego que emerge a mil grados del inframundo, calcina cuanto encuentra a su paso y sepulta el recuerdo de lo que había bajo un espeso sudario mineral. Una colada volcánica es el fundido a negro de la vida: animal, vegetal, microbiótica. Ni siquiera Disney ha podido humanizar un volcán.
Todas las banderas son trapos hasta que nos tocan la nuestra, como es sabido, sea la del pueblo, la del colectivo o la del Betis. Lo que se sabe menos es que la bandera española procede directamente de la senyera catalana. Fue Carlos III, rey madrileño de Nápoles -que perteneció a la Corona de Aragón durante dos siglos-, quien adoptó el rojo y el gualda de la enseña aragonesa para sus barcos. Y cuando se dio cuenta de que se distinguía regular, redujo las barras a tres y ensanchó la franja central. «Para evitar los inconvenientes y perjuicios que ha hecho ver la experiencia, equivocándose a largas distancias o con vientos calmosos con la de otras naciones, he resuelto que en adelante usen mis buques de bandera dividida a lo largo en tres listas, de las cuales la alta y la baja sean encarnadas y del ancho cada una de la cuarta parte del total, y la de en medio, amarilla», escribe en Aranjuez en 1785. Y hasta hoy.
Aquella mañana Nadia Calviño se despertó con una tortuga colorada en la solapa. Un broche defensivo, desmesurado, con el que esperaba repeler los ataques de la oposición pero también la demagogia de su vecina de escaño, a la sazón vicepresidenta segunda. El caparazón no tardó mucho en ponerse al rojo vivo como el vientre del trasbordador espacial al cruzar la atmósfera: el ambiente en el Hemiciclo venía cargado de electricidad. Muy cara, de hecho.
Génova dice que Génova siempre gana, pero Sánchez no está de acuerdo. En febrero del año en curso el PP estaba en la lona, Vox le había arrancado las pegatinas al pasarlo en Cataluña y Pablo Casado anunciaba por vídeo que vendían la sede. Nadie hubiera jurado entonces que Génova siempre gana, a no ser que se refiriera a la plusvalía inmobiliaria. Cómo sería el grado de postración en que languidecía el partido que las glándulas carroñeras de Sánchez rompieron a salivar, y la gula le perdió. Moncloa autorizó la cadena de mociones de censura llamada a rematar al PP arrebatándole sus últimos bastiones territoriales con la ayuda de un Cs titánico (de Titanic). Y entonces Ayuso reaccionó. Dos meses después no solo arrasaba en las urnas sino que catapultaba a Casado en las encuestas. Sus posibilidades de ser presidente en dos años son ya tan reales que Iglesias se refugia en Gara y Sánchez se prodiga en medios amables para vender su purga de sanchistas como una aurora socialdemócrata, tristemente oscurecida por el precio de la luz.