
A los soldados spenglerianos -cómo le gustaba este adjetivo a Gistau– de la base aérea de Zaragoza que salvaron a dos mil afganos del terror talibán yo les haría mil preguntas. Pero, cosas del cipotudismo, nunca se me habría ocurrido preguntarles si encontraron tiempo para llorar. A Margarita Robles sí se le ocurrió, y recibió esta ontológica respuesta:
-Somos paracas, señora ministra.