Archivo mensual: marzo 2020

El talismán de la división

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Macbeth.

Pedimos un gobierno de unidad a Sánchez como si Sánchez no debiera su poder al talismán de la división. Cualquiera que no haya perdido la memoria de la España prevírica sabe que es más fácil desintegrar un átomo que el prejuicio tejido por el sanchismo en torno a las «tres derechas». Es obvio que Nadia Calviño prefiere entenderse con PP y Cs antes que con Iglesias y Rufián, pero quien escribe el relato es Sánchez. Y no modificará el cuento que lo sentó en La Moncloa.

Al revés. En los capítulos que está preparando nuestro Churchill comprado en los chinos sin licencia se cuenta que la derecha recortó la sanidad, abandonó a los más vulnerables y se puso a volar en círculos carroñeros sobre un Gobierno exhausto de tanto proteger al pueblo. Ay de los ilusos que creyeron llegado el momento de enterrar a las dos Españas junto con diez mil de sus mejores hijos, aquellos a los que nadie tuvo que explicar la guerra civil ni el franquismo, razón de que su reconciliación fuera sincera. Tan diferente de la apelación a la unidad bajo la que Sánchez camufla su enésimo chantaje: apoyo gratis o espejito fascista. Ese espejo de mil aumentos que manejan sus incontables palanganeros mediáticos.

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31 marzo, 2020 · 11:20

Planes para el apocalipsis

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La vida.

El politólogo confinado es aún más peligroso que el politólogo en libertad, porque tiene más tiempo para hacer pronósticos. Ahora anda anunciando que al mundo posCovid no lo va a reconocer ni la madre que lo parió, que la economía oscilará entre la autarquía y el salvaje oeste y que a no mucho tardar devendremos colonia videovigilada de China, librándonos con suerte de sus menús de murciélago. Muere Atenas, vuelve Esparta y Zizek ya está vendiendo su sobado cachito de muro de Berlín a ver si alguien le ayuda a reconstruirlo, siempre que pague con guita de curso legal capitalista.

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29 marzo, 2020 · 22:55

El virus expiatorio

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Fanático.

Para no ser propiamente un ser vivo, el coronavirus está comportándose como el más solícito animal de compañía. Ya se sabe que el mejor amigo del hombre es el chivo expiatorio, y como tal este virus no tiene precio. Su docilidad es admirable, sobre todo cuando el fanático carece de mascota alternativa y aprovecha para sacarlo a pasear.

Le sirve al cubanófilo con castroenteritis de Podemos o al sanchista con sesgo retrospectivo para cargar contra el neoliberalismo salvaje que ha diezmado el Estado de bienestar y recortado la sanidad pública. Así, una enfermedad nacida en una dictadura comunista gigante se convierte en una prueba de cargo contra el PP. En los casos de paranoia más severa, el Covid-19 ha salido directamente de Silicon Valley o de una zahúrda del Mossad. Para el neomarxista empeñado en rehabilitar su desvencijado templo, los contagios revelan un claro sesgo de clase, según el cual aunque el bicho mate lo mismo a un anciano anónimo que a un presidente del Real Madrid, y aunque los dos deban morir aislados, en realidad los pulmones del primero luchan por la emancipación social además de la vírica. Y además no es lo mismo confinarse en un sótano de alquiler que en un chalet con piscina, pongamos uno situado en Galapagar.

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24 marzo, 2020 · 11:16

La cofradía del Santo Aplauso

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Rito.

Cada tarde los españoles salen a sus balcones, los que los tienen, y a sus ventanas todos los demás para aplaudir al pelotón de sanitarios que está salvando la civilización. Les aplaudimos a ellos, desde luego; pero en cada detonación vespertina también nos estamos aplaudiendo a nosotros mismos. No porque tengamos nada de lo que enorgullecernos, sino por miedo. Porque tenemos mucho que perder y necesitamos invocar a quien puede evitar que lo perdamos. Con el batir de palmas espantamos el silencio opresivo de nuestras calles y los malos pensamientos que germinan en él. La profilaxis nos ha vedado todos los rituales colectivos, incluyendo aquel que inauguró la civilización: enterrar a nuestros muertos. Así que hemos tenido que inventarnos uno lo suficientemente distante y lo suficientemente cálido como para mantener vivo el espíritu de comunidad, sin el que propiamente es imposible llamarse humano.

Cuando la peste asolaba Europa, los hombres se agruparon en hermandades para implorar la intercesión divina. Hoy la fe no la ponemos tanto en tallas y advocaciones como en médicos y enfermeras, pero la fragilidad y la gratitud que confesamos con las manos es la misma. Antes juntábamos las palmas para rezar, hoy las batimos para aplaudir. La pandemia ha fundado una nueva hermandad: la cofradía del Santo Aplauso. Su misa se celebra cada día a las ocho en punto de la tarde y no dura más de cinco minutos. Sus fieles son de toda clase, edad, sexo, raza, ideología y condición. Y sin embargo, cada cual aplaude a su manera.

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22 marzo, 2020 · 22:32

Déjate aplaudir

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Taumaturgos.

De un país paralizado te llega cada tarde, puntualmente, el suministro nacional de gratitud, la caricia interior bruta de todos tus compatriotas. Quizá se te saltan las lágrimas y resbalan peligrosamente hacia la mascarilla, con la falta de higiene que supone. Pero el surco se secará enseguida, cuando vuelvas a inclinarte sobre ese viejo que se ahoga, a quien no salvará tu emoción removida sino tu frialdad técnica. Así un día y otro día, esperando el famoso pico de la curva que anuncian los políticos y que no termina de llegar. Escudriñas por tu cuenta las informaciones que vienen de Italia, anticipas el escenario y calculas tus fuerzas para adaptarte a él, para asumir una meta realizable, a la manera de los alpinistas que no apartan los ojos de la cota fijada más arriba. Tantos infectados entrarán, tantos saldrán, tantos se quedarán sobre la blanca cama. Tantos compañeros se contagiarán, tanto se alargará el turno para suplir sus manos. Así un día y otro día, aislándote del afecto exterior que te robaría la concentración, rindiéndote a él en el maldito instante en que la debilidad traspasa la delgada tela de la bata. Entonces te sientes culpable, no solo de no poder hacer más, sino de haber cedido a unos minutos de autocompasión. Quien los ve sufrir y morir todos los días sabe que no tiene derecho a la piedad, aunque lo tenga.

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22 marzo, 2020 · 22:25

Almeida

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Un alcalde.

No es el más alto ni el más carismático, pero es un político decente. Uno con más principios que estrategias. Las estrategias sirven para salir favorecido en los medios, y esa batalla la tenía perdida José Luis Martínez-Almeida desde que se metió en el PP, un partido en inmunodeficiencia mediática en gran parte por su culpa. Los principios, en cambio, sirven para saber lo que hay que hacer cuando todo el mundo a tu alrededor pierde la cabeza, empezando por el presidente de tu país. Mientras los estrategas forcejeaban con sus propios argumentarios y el virus se propagaba feliz, Almeida oyó la voz interior que en su gremio suele yacer bajo toneladas de tacticismo y le puso un micrófono: los ciudadanos se merecen la verdad; no cabe descartar el cierre de Madrid; los jóvenes deben estar a la altura del legado de sus mayores; necesitamos medidas económicas ya: aquí van las nuestras. Almeida no esperó a consensuar estas declaraciones con nadie porque hay momentos especialmente contraindicados para las mesas de negociación, sobre todo si al otro lado se sienta tu conciencia. Tu deber.

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17 marzo, 2020 · 10:55

La última noche de Madrid

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Solo en Sol.

Madrid es una ciudad de más de 2.940 contagiados y 133 cadáveres, según las últimas estadísticas. Un enemigo silencioso y voraz se encargará pronto de caducarlas: para cuando usted lea esto, sus víctimas serán más. Y quizá muchas más. Madrid es el rompeolas de una pandemia y es también la capital de un país en estado de alarma. Como a otras urbes del mundo, pero con la saña adicional que nació de la imprudencia política, la ataca la cólera abstracta del Covid-19. Los madrileños no oyen bombardeos ni gritos de dolor, ni cuentan con un aparato que mida la radiación arrojada al aire tras un accidente nuclear. Por eso se resisten a confinarse del todo. Porque el madrileño es un pueblo vitalista y hedónico que necesita ver para creer, sentir para cambiar y sufrir para obedecer.

Es viernes por la tarde y el presidente del Gobierno acaba de anunciar un decreto de medidas extraordinarias que entrará en vigor mañana. Será interesante descubrir cómo interpreta Madrid esta víspera tensa, prórroga inverosímil, fruto de la improvisación si no de la irresponsabilidad.

Desde su pedestal en Colón la cabeza blanca de Julia se alza sobre una ciudad conmocionada. Ahora ya sabemos por qué Jaume Plensa la esculpió con los ojos cerrados: para no ver cómo una metrópoli concebida para el ruido enmudece lentamente. Demasiado lentamente a juicio de las autoridades. Los viandantes transportan bolsas de avituallamiento por el Paseo de Recoletos, los ciclistas pedalean contentos de no tener que compartir calzada con los coches y los runners consideran que corren más rápido que el coronavirus. Los políticos han apelado a la responsabilidad individual, un concepto que lleva cogiendo polvo en el desván del primer mundo desde que se inventó el consumo de masas y el paternalismo de Estado, más o menos.

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15 marzo, 2020 · 23:44

El ángel Covid-19

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Un hombre desarbolado.

No me atrevo a pedirle al coronavirus que sea nuestro terremoto de Lisboa, porque entre nosotros no diviso a un Kant ni a un Voltaire, pero debería serlo. Cada generación padece un trauma colectivo que le permite redescubrir el mediterráneo de la fragilidad humana y le invita a actuar en consecuencia. La Ilustración no se habría desplegado como lo hizo sin el brutal seísmo de 1755, que obligó a la inteligencia a replantearse su optimismo y ofreció a la voluntad un nuevo límite que superar. Así es como la catástrofe estimula el progreso, el periodismo depura la injusticia y el mal, en suma, convoca al bien.

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14 marzo, 2020 · 11:36