
Un día menos.
Nadie quiere decir que el Gobierno está exactamente como parece que está, porque produce vértigo. Pero al menos el periodismo debería decirlo. La verdad es que la fábrica de señuelos verbales anteriormente conocida como sede del Ejecutivo ha puesto en circulación un plan marxiano -por Karl, porque la desescalada es el opio del pueblo, pero con la claridad contratante de Groucho– perfilado en las cuatro horas siguientes a que el jefe de propaganda laminase el de Teresa Ribera. Que al parecer no le sonaba bonito. De modo que la desescalada es la enésima farsa sanchista porque no hay mapa serológico, porque nadie moralmente responsable y científicamente asistido desconfina a la población con 300 muertos al día, porque no se presentó en el Congreso como hace cualquier democracia parlamentaria, porque el resto de partidos -incluyendo los que sostienen al Gobierno- se enteraron por la tele, porque Moncloa hace dos años que solo sabe planear campañas de destrucción del adversario, porque el escorpión no sabe hacer otra cosa que picar a la rana y hundirse con ella. Por todo eso no hay plan digno de ese nombre, sino una moneda al aire para que los confinados aburridos de lo de Merlos la miren dar vueltas unos días más. Y cuando caiga en la palma de Sánchez ya nos informará el No-Do de Oliver si ha salido la cara de la libertad o la cruz del rebrote.