
Dolorosa.
La política siempre ha cribado a los sinceros. Siempre ha exigido del aspirante algún talento para la corrupción. No ya la corrupción banal del dinero sino principalmente la de los sentimientos: los propios y los del pueblo al que se dirige. El político guarda una relación poco escrupulosa con la verdad porque la verdad es un poliedro hecho de matices y los matices segmentan al público. Nuestras sociedades cada vez más complejas demandan del político una simpleza creciente. La simpleza es uno de los rostros de la mentira. Y no hay nada más simple que la imagen de una emoción. «El votante primero se emociona y luego piensa», por decirlo con Iván Redondo.