
Fanático.
Para no ser propiamente un ser vivo, el coronavirus está comportándose como el más solícito animal de compañía. Ya se sabe que el mejor amigo del hombre es el chivo expiatorio, y como tal este virus no tiene precio. Su docilidad es admirable, sobre todo cuando el fanático carece de mascota alternativa y aprovecha para sacarlo a pasear.
Le sirve al cubanófilo con castroenteritis de Podemos o al sanchista con sesgo retrospectivo para cargar contra el neoliberalismo salvaje que ha diezmado el Estado de bienestar y recortado la sanidad pública. Así, una enfermedad nacida en una dictadura comunista gigante se convierte en una prueba de cargo contra el PP. En los casos de paranoia más severa, el Covid-19 ha salido directamente de Silicon Valley o de una zahúrda del Mossad. Para el neomarxista empeñado en rehabilitar su desvencijado templo, los contagios revelan un claro sesgo de clase, según el cual aunque el bicho mate lo mismo a un anciano anónimo que a un presidente del Real Madrid, y aunque los dos deban morir aislados, en realidad los pulmones del primero luchan por la emancipación social además de la vírica. Y además no es lo mismo confinarse en un sótano de alquiler que en un chalet con piscina, pongamos uno situado en Galapagar.