Archivo diario: 22 marzo, 2020

La cofradía del Santo Aplauso

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Rito.

Cada tarde los españoles salen a sus balcones, los que los tienen, y a sus ventanas todos los demás para aplaudir al pelotón de sanitarios que está salvando la civilización. Les aplaudimos a ellos, desde luego; pero en cada detonación vespertina también nos estamos aplaudiendo a nosotros mismos. No porque tengamos nada de lo que enorgullecernos, sino por miedo. Porque tenemos mucho que perder y necesitamos invocar a quien puede evitar que lo perdamos. Con el batir de palmas espantamos el silencio opresivo de nuestras calles y los malos pensamientos que germinan en él. La profilaxis nos ha vedado todos los rituales colectivos, incluyendo aquel que inauguró la civilización: enterrar a nuestros muertos. Así que hemos tenido que inventarnos uno lo suficientemente distante y lo suficientemente cálido como para mantener vivo el espíritu de comunidad, sin el que propiamente es imposible llamarse humano.

Cuando la peste asolaba Europa, los hombres se agruparon en hermandades para implorar la intercesión divina. Hoy la fe no la ponemos tanto en tallas y advocaciones como en médicos y enfermeras, pero la fragilidad y la gratitud que confesamos con las manos es la misma. Antes juntábamos las palmas para rezar, hoy las batimos para aplaudir. La pandemia ha fundado una nueva hermandad: la cofradía del Santo Aplauso. Su misa se celebra cada día a las ocho en punto de la tarde y no dura más de cinco minutos. Sus fieles son de toda clase, edad, sexo, raza, ideología y condición. Y sin embargo, cada cual aplaude a su manera.

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22 marzo, 2020 · 22:32

Déjate aplaudir

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Taumaturgos.

De un país paralizado te llega cada tarde, puntualmente, el suministro nacional de gratitud, la caricia interior bruta de todos tus compatriotas. Quizá se te saltan las lágrimas y resbalan peligrosamente hacia la mascarilla, con la falta de higiene que supone. Pero el surco se secará enseguida, cuando vuelvas a inclinarte sobre ese viejo que se ahoga, a quien no salvará tu emoción removida sino tu frialdad técnica. Así un día y otro día, esperando el famoso pico de la curva que anuncian los políticos y que no termina de llegar. Escudriñas por tu cuenta las informaciones que vienen de Italia, anticipas el escenario y calculas tus fuerzas para adaptarte a él, para asumir una meta realizable, a la manera de los alpinistas que no apartan los ojos de la cota fijada más arriba. Tantos infectados entrarán, tantos saldrán, tantos se quedarán sobre la blanca cama. Tantos compañeros se contagiarán, tanto se alargará el turno para suplir sus manos. Así un día y otro día, aislándote del afecto exterior que te robaría la concentración, rindiéndote a él en el maldito instante en que la debilidad traspasa la delgada tela de la bata. Entonces te sientes culpable, no solo de no poder hacer más, sino de haber cedido a unos minutos de autocompasión. Quien los ve sufrir y morir todos los días sabe que no tiene derecho a la piedad, aunque lo tenga.

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22 marzo, 2020 · 22:25