Déjate aplaudir

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Taumaturgos.

De un país paralizado te llega cada tarde, puntualmente, el suministro nacional de gratitud, la caricia interior bruta de todos tus compatriotas. Quizá se te saltan las lágrimas y resbalan peligrosamente hacia la mascarilla, con la falta de higiene que supone. Pero el surco se secará enseguida, cuando vuelvas a inclinarte sobre ese viejo que se ahoga, a quien no salvará tu emoción removida sino tu frialdad técnica. Así un día y otro día, esperando el famoso pico de la curva que anuncian los políticos y que no termina de llegar. Escudriñas por tu cuenta las informaciones que vienen de Italia, anticipas el escenario y calculas tus fuerzas para adaptarte a él, para asumir una meta realizable, a la manera de los alpinistas que no apartan los ojos de la cota fijada más arriba. Tantos infectados entrarán, tantos saldrán, tantos se quedarán sobre la blanca cama. Tantos compañeros se contagiarán, tanto se alargará el turno para suplir sus manos. Así un día y otro día, aislándote del afecto exterior que te robaría la concentración, rindiéndote a él en el maldito instante en que la debilidad traspasa la delgada tela de la bata. Entonces te sientes culpable, no solo de no poder hacer más, sino de haber cedido a unos minutos de autocompasión. Quien los ve sufrir y morir todos los días sabe que no tiene derecho a la piedad, aunque lo tenga.

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22 marzo, 2020 · 22:25

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