
Estado clínico del 78.
Muchos quisieron ver en el tropiezo de Adriana Lastra una metáfora de la legislatura, que ha nacido de un esguince. «Estoy cojo como el resto del Parlamento, unos inválidos y otros cojos», diagnosticó desde la presidencia de la mesa de edad Agustín Zamarrón, a quien se le ha subido definitivamente el personaje a la cabeza. Desde que España sale a un par de elecciones por año ya no causan la misma sensación ni su barba valleinclanesca ni sus afanes retóricos. Ahora bien, hizo algo valioso al abrir la sesión constitutiva de las Cortes, ese aborto parido por el 10-N: pedir perdón con la cabeza gacha a todos los españoles por la incapacidad de sus señorías para alumbrar una investidura. No es improbable que esta contrita sonata de otoño vuelva a sonar en primavera, si así lo desea el caudillo de España por la gracia de Sánchez: don Oriol Junqueras.
El circo parlamentario ya cansa, la verdad. Tenemos el esfínter del asombro completamente dado de sí. Que el voto de ERC sea nulo por meter un lazo amarillo en la urna no merece un titular. El rastafari de Podemos se nos antoja un burócrata veterano. Echenique en silla de ruedas tiene que aguantar que otra silla de ruedas habilitada para Lastra compita con la suya. Los de la CUP acuden el primer día de cole pero se pasarán la legislatura de pellas, gritando independencia y espero que fumando porros, que para eso les pagamos. Aquel vistoso peronismo de Errejón palidece en la última fila del gallinero. No encontramos ya diferencia entre jurar por las 13 Rosas o por la España de Blas de Lezo; la sorpresa hoy la depara un sobrio «sí, prometo». Rufián y Aitor Esteban departen sobre la moqueta como dos nobles patricios del invento plurinacional. Adolfo Suárez Illana se echa unas risas con Espinosa y Abascal. Tan solo la gresca entre Marcos de Quinto y los voxos nois por pillar sitio al amanecer aportó nuevos matices narrativos al desgastado esperpento en que consiste la política española desde 2015. Quizá es que en la sociedad del espectáculo al populismo no hay que combatirlo, sino esperar a que sus numeritos pierdan gracia como la perdieron los chistes de Arévalo. Dos años más de circo y bloqueo y todos echaremos de menos a los registradores de la propiedad y a los abogados del Estado.