
Patria.
Ha cometido Isabel García Tejerina el peor error que un político posmoderno puede cometer: decir la verdad. O al menos acercarse demasiado sin el debido látex retórico. Fascina la ingenuidad de Tejerina cuando a diario se prenden hogueras digitales bajo el culo de los columnistas que contravienen la omertá identitaria, sea de género, de clase o de leso terruño. Reconocer en televisión la brecha documentada entre alumnos andaluces y castellanos: a quién se le ocurre. Y encima una del PP, con fama de elegante en las revistas y cuenta corriente muy saneada: la clasista perfecta. A Susana Díaz le faltó tiempo para envolverse en la túnica solemne de Blas Infante, padre de la insultada patria andaluza, humilde pero digna, doblada pero no partida. Oféndete y vencerás.
Como yo no me presento a las elecciones, ni mi futuro depende de la explotación clientelar del victimismo, ensayaré algunos pensamientos libres. Por ejemplo que Andalucía no existe, sino solo los andaluces. Y que los segundos, los individuos concretos, llevan demasiado tiempo siendo víctimas de la primera, la coartada abstracta que siempre se convierte, según Johnson, en el último refugio de los canallas. Los electores andaluces deberían ser los primeros en exigir de sus representantes el amor sincero de la reforma y no el gemido reaccionario de la santa tierra. Como si la tierra no fuera, efectivamente, de quien la trabaja. Y los exámenes de quien los estudia.