
El mejor día en la vida de Zidane.
Ahora que se amontonan los análisis sobre el método ganador de Zidane; ahora que todos saben exactamente por qué ha ganado la Liga, como si hasta hace un mes no hubieran cuestionado su capacidad para hacer la o táctica con el más millonario de los canutos; ahora es cuando apetece decir que no. Que no hay razones para explicar su triunfo. Que hay que volver a la teoría de la flor y no salir de ella. Porque cuando todos los catedráticos de la pizarra se apresuran a explicarle al madridista por qué gana su equipo, siendo así que nunca necesitó más que verlo con sus propios ojos, uno preferiría reconocer que Zidane vive sentado sobre una secuoya de chiripa que se distingue desde Andrómeda. Así gana el Madrid. Y punto.
Claro que hay argumentos científicos -alternativos a un inverosímil sostenimiento de la suerte que dejó por el camino los pedazos de varios récords- para justificar el trigésimo tercer título de liga del Real Madrid. Se han aducido ya todos: la planificación deportiva, las rotaciones innegociables, la inteligencia emocional para domar egos estelares, la dosificación y reubicación de Cristiano, la rara unidad de destino entre vestuario, directiva y afición. Zidane cumple apenas un año y medio al frente del primer equipo, acumula cuatro trofeos y a nadie se le ocurre un entrenador más idóneo para el Madrid. Parece la reencarnación calva de Miguel Muñoz.