Archivo diario: 11 mayo, 2017

La musa del escarmiento

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Genialidad francesa.

La filosofía occidental le debe al Atlético de Madrid una profundidad nueva. Unamuno sería del Atleti. Es un equipo que lleva el sentimiento trágico de la vida a cotas no exploradas de dolor, y el madridista no cainita -que tampoco quisiera incurrir en la condescendencia- enmudece ante la contemplación del adversario cruelmente batido una y otra vez. En Lisboa, en Milán y ahora en su propia casa, en el Calderón que echa el cierre sin otra épica que la de remar furiosamente para morir exhausto en la orilla.

Volvió a ocurrir. Antes del cuarto de hora, sin más juego que su alma, sin otro mapa que las montañas movidas por su fe, los mártires del Cholo habían marcado dos goles. Tiritaba el Madrid, pero si el orgullo colchonero consiste en no ser madridista, el orgullo vikingo es autosuficiente, autorreferencial, y examina con curiosidad a los perdedores desde la cima del triunfo. Su certeza es menos lírica pero bastante más sólida: tan real como el metal del que están labradas sus once copas de Europa. Y va a por la duodécima. El Madrid no forja su identidad con poesías sobre la pérdida y el duelo; la elegía es un género rojiblanco. El género literario del Madrid es el noir de sus víctimas.

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11 mayo, 2017 · 20:11

Gremlins en el Canal de Isabel II

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Don Mariano aguantando, lo que mejor hace.

La mañana se prestaba al ajuste de cuentas. El embalse de la indignación ha ido llenándose durante este mes de clima extremo, seco de parlamentarismo pero inundado de escándalos. Don Mariano debió de sentirse como el almirante Vernon cuando llegó al escaño y descubrió que Lezo seguía allí, inamovible, esperándole. Y más que la corrupción, cuya repercusión en el CIS parece innegable, fueron las filtradas maniobras que perseguirían acotar su daño las que monopolizaron la primera hora del debate, recuperando el Hemiciclo para el vistoso pugilato de la réplica y la contrarréplica. Antonio Hernando frunció el ceño, intensificó la mirada, adoptó gravedad y lanzó una andanada -hondonada, diría un castizo- de recuerdos desagradables a la cara del presidente. «Ustedes no son vistos como luchadores contra la corrupción, sino como cómplices». Rajoy fingió sorprenderse, atribuyó maliciosamente la vehemencia de Hernando a los problemas internos del PSOE -«consumo interno», masculló- e invitó a los socialistas a sumarse a la aprobación de leyes útiles y dejarse de jeribeques, vocablo marianista que don Mariano aún no ha utilizado pero debería.

Pero el intercambio con Pablo Iglesias fue el que deparó los mejores minutos de esgrima dialéctica. El líder de Podemos se había preparado la intervención con puntería: cualquier día se ponen a trabajar y desgastan al Gobierno. Podría decirse que don Pablo ayer sí llenó la chaqueta, recurriendo al cinegético episodio del ministro Bermejo como antecedente nítido de la colusión de poderes que ahora denuncian los fiscales. Iglesias citó el reproche de Rajoy entonces. «Tenía usted razón y Bermejo dimitió». El argumento estaba bien afinado e hizo diana en su adversario, cuyo talento para la esquiva irónica en todo caso se mantiene en forma: «Hace bien en citarme, y si lo hiciera más a menudo mejoraría mucho». Iglesias le había espetado que presentará la moción de censura no por discrepancia ideológica sino por parasitismo institucional. Y entonces Rajoy sacó el as: leyó el fragmento del programa electoral de Podemos en que reclama a los jueces del tiempo nuevo «compromiso político con el gobierno del cambio». Le devolvía el golpe en el enterradísimo culo de Montesquieu, y la grada de animación pepera, necesitada de moral, ovacionó al jefe durante más tiempo del recomendado en todos los manuales de gregarismo.

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11 mayo, 2017 · 20:06