
Catalá marcando paquete.
Entretanto llega el pentecostés socialista del domingo -en expresión defensiva de don Mariano frente a un Hernando menos convincente que otras veces-, el partido del Gobierno atraviesa su calvario judicial, cuya víctima propiciatoria es Catalá el Reprobado. Aunque el ministro de Justicia no gasta pinta de mártir jesuita, sino más bien de autónomo agobiado al que le cierran todas las ventanillas. «Señor ministro reprobado», encabezaba sus preguntas la oposición; y después le pedía la dimisión, o el exilio. Porque ya todo escarmiento parece poco: esta legislatura será recordada por la devaluación de castigos que antaño sonaban temibles, como la reprobación de un ministro o una moción de censura. Incluso la UCO empieza a perder su credibilidad a lo Eliot Ness, con esos informes que persiguen ser más papistas que el papa, o sea, más justicieros que Velasco. Da la impresión de que el negro del Whatsapp del populismo está dando de sí todo lo que era estrecho, a base de entrar con poco miramiento y demasiado tamaño en unas instituciones tenidas por honestas. Y disculpen la analogía.
El ministro se defiende bien cuando exige a sus torquemadas la carga de la prueba de su injerencia, mientras que él puede exhibir los cuerpos del delito en Soto del Real. Pero patina cuando recurre al gastado espejo de la suciedad andaluza, o le restriega a un diputado los votos que ha perdido en su provincia, o prepara las palomitas domingueras para el Puerto Hurraco de Ferraz, ante cuyas llagas autoinfligidas todos deberíamos guardar un silencio de responso.