
Intelectuales no parecen.
De su arsenal más mortífero nunca se desprenderá ETA por dos razones. La primera porque no se trata de armamento material sino espiritual, es decir, de las ideas que inspiraron sus series de asesinatos. Unas ideas -el nacionalismo y el comunismo- que se han revelado demasiado eficaces para fomentar el crimen masivo -y después justificarlo- como para que sigamos creyendo que no son intrínsecamente perversas. El nacionalismo es la guerra, sentenció Mitterrand, y el terrorismo tan sólo es la modalidad cobarde y low cost de la guerra. El comunismo, por su parte, santifica el robo, pero como la gente se resiste a que le roben lo que es suyo, al final hay que matarla para quitárselo, como tiene muy bien explicado Federico Jiménez Losantos.
ETA hacía muy bien lo propio del nacionalismo y del comunismo. Pero no puede entregar su ideología por una segunda razón: porque nadie se lo ha pedido. Y no se lo piden porque la suya es, con coquetas gradaciones, la misma necrófila ideología que aún profesan demasiados. Si la derrota de ETA no sirve para echar una gruesa palada de tierra sobre sus pretextos teóricos, que se resisten a morir, habremos perdido una oportunidad histórica para secar la fuente profunda y recurrente del terror.