
Después de la comba, que Gistau sustituía por una carrerita desganada alrededor del gimnasio, el primer ejercicio que nos hacía practicar Jero era la esquiva. Me emparejaba con David y cada uno soltaba diez veces la mano -izquierda, derecha, uno, dos- hacia la cabeza del otro, que debía agacharse a tiempo para emerger de nuevo lo más rápido posible, listo para contragolpear.