
Si fuera mujer no saldría hoy a la calle con una pancarta sino con un lanzallamas. O embestiría con mi camión de camionera contra el happening de activistas desocupadas que me cortara el paso, suceso registrado en Barcelona que simboliza el final de la legislatura-más-feminista-de-la-historia. Porque si fuera mujer estaría harta de ser no ya la mercancía carnal de Tito Berni, sino la mercancía electoral de Pedro Sánchez. Harta del galán de tranvía que proclama la paridad para los demás, mientras vacía de significado registral la condición femenina y blinda a los alfas de confianza en la puntita de su poder ejecutivo. Harta del vaquero de caderas cimbreantes que entregó el Ministerio a la mujer de su vicepresidente por el mero hecho de serlo y porque consideraba tal materia una maría sacrificable. Harta del robot de maxilar prensil que avala la ley garrafal de su ministra de Igualdad contra las advertencias de propios y extraños y luego la deja sola comiéndose el marrón de un descrédito social inextinguible, días después de haber dejado sola también en su escaño a la ministra de Justicia a la que ordenó taponar el mayor coladero de violadores de Europa. Harta del hombre cobarde que solo sale de palacio rodeado de un set autoportante de publicistas y una escuadra preocupada de seguratas: el hombre que abandona siempre a las mujeres mientras sigue jurando que las protege. Como si ellas necesitaran su protección y no que las dejaran en paz de una puta vez.