
Creer en la lucha de clases exige un salto de fe, pero la lucha entre generaciones está más viva que nunca. Nuestros niveles de desigualdad de renta son equiparables a los de otras democracias, pero el récord de paro juvenil lleva demasiados años siendo orgullosamente español. Solo en España el pensionista es objeto de una idolatría como de vaca hindú que desfonda las arcas del Estado y traiciona la solidaridad intergeneracional. El presente de las clases productivas y el futuro de la juventud varada se sacrifica una y otra vez en el opresivo altar del pasado por la única razón de que nueve millones de perceptores de pensión nunca faltan a la cita con las urnas, mientras los jóvenes encanecen en casa de sus padres, quizá jugando al videojuego adquirido con el bono que Iceta les ha deslizado bajo la puerta de su leonera.