
Hay un hombre que padece íntimamente el advenimiento anual del 8 de marzo. Como esas familias mal avenidas cuando ven acercarse la cena de nochebuena, este hombre no encuentra motivo de celebración en la gran fiesta del feminismo, movimiento que a él sólo le ha traído desgracias. Su rudimentaria inteligencia emocional nunca ha dejado de representarse la sexualidad como un juego de suma cero en el que la cuota de poder y de placer ganada últimamente por ellas equivale a la que ha perdido él. Ni chistes verdes le dejan contar ya. Este hombre no comprende que extendiendo su sentido de la deportividad a la esfera afectiva ganaría atractivo, y reduciría los fracasos que alimentan el resentimiento machista que aleja a las mujeres de él. Pedalea en una rueda inmóvil que le hace sufrir y lo radicaliza.