
Vimos envejecer a Luis Enrique en directo como la hierba que crece en las películas de Rohmer. Cada gatillazo ofensivo de su España roma era una cana más en su cabeza confusa. Luis Enrique ha sido siempre un invento de los periodistas que nos aburrimos sin gente como él, alguien de mediano talento como jugador y como entrenador que libra cruzadas aparatosas contra la prensa bajo nuestra mirada de curiosidad y nuestros murmullos de misericordia. Tuvo que ser Marruecos el país que bajara violentamente el telón de esta farsa idiota que todavía puede ser más idiota si el asturiano se empeña en no dimitir hoy mismo. Ojalá conserve al menos el coraje final de asumir su fracaso estrepitoso, perfecto, inapelable. Ojalá no se enroque en el chiringo corrupto de Rubiales para que podamos empezar a compadecerle.