
Con 37 años en sus pequeñas piernas y el rostro colorado por el impacto de un rebote se marchaba Luka Modric de la historia de los Mundiales en el minuto 80 de una semifinal perdida. Todo el estadio lo aplaudía pero él, incapaz de permitirse unos dulces segundos de vanagloria legítima, siguió hasta el final centrado en lo importante: chocar las manos de sus compañeros en el banquillo. Así se marchaba una leyenda y así dejaba en pie otra aún más grande llamada Leo Messi.