
La enfermedad infantil del izquierdismo es el nominalismo. La ilusión de que la fea realidad desaparece cuando le cambiamos el nombre o cuando dejamos de nombrarla en absoluto, como el monstruo que acecha en la oscura habitación del niño se esfumará, piensa, en cuanto meta la cabeza bajo la manta. Un niño se diferencia de un adulto en que todavía no se atreve a llamar a las cosas por su nombre, así que les inventa otro. Y la misma diferencia separa a la izquierda de la derecha cuando la izquierda se resiste a crecer y cuando lo único que tiene la derecha es la razón. En ningún lugar como en España se entabla tan claramente esta dialéctica de sordos.