
Un francés dijo que el estilo es el hombre y una inglesa logró que la institución fuera la mujer. Se negó a sí misma para diluirse en la institución, y la institución terminó por adquirir su rostro. Isabel Windsor no fue educada para reinar, pero cuando abdicó su tío en su padre, siendo ella una niña, supo que su infancia había muerto. Más tarde descubrió que tampoco tendría adolescencia ni juventud; a cambio se eternizaría en una madurez numismática, sin envejecer jamás, porque un corazón que no desea nunca se marchita. Esta fue la ascesis entre victoriana y budista gracias a la cual Isabel II cuajó el modelo del monarca contemporáneo: uno en que la corona se apoya sobre un símbolo colectivo y no sobre una cabeza individual, con deseos y opiniones. Quien piense que es fácil extirparse la libertad a cambio de vivir en un palacio que pruebe a contar con una mano los ejemplares felices o meramente cuerdos que quedan en las familias reales europeas.
Muy de acuerdo, la reina fue una mujer digna de admirar, Dios la tenga en la Gloria, su legado será eterno.
Parece que fue Carlos II, ese monarca tan parecido al capitán Garfio, el que se dió cuenta de la necesidad de gobernar sin tentar al diablo puritano o jacobino, y desde él han venido los demás perdiendo y perdiendo potestades hasta llegar a la actual, que sirve para presidir los ‘pageants’ -lo dejo en inglés porque las connotaciones son distintas de ‘desfiles’- y poco más. ‘Pageant’…Podrían probar los esnobs locales a buscar en ‘Brideshead’ revisited’ el último discurso de Anthony Blanche, tan entretenido y veraz como todos los suyos, acerca de esta manía inglesa con el despliegue social