
Todavía no está claro que la gente sea más imbécil que antes. Esta es la duda tremenda que resolverá el siglo XXI: si la tecnología nos está haciendo más manipulables o más informados. Si el siglo acabará con más democracias liberales o con más autocracias populistas. De momento es imposible avanzar un pronóstico, porque amanece un día en que demasiados ingleses muerden el anzuelo que les prometía recuperar el control (¿de qué?) y años después amanece otro día en que demasiados chilenos rechazan ser tratados como resentidos tribales. Hay signos para la esperanza y motivos para la depresión: podríamos dejarlo en empate. Por cada hito reaccionario que marcan cuantos añoran las guerras de nuestros abuelos se organiza una defensa ilustrada del consenso de nuestros padres. Putin ha sido muy útil para devolver a Fukuyama la razón que nunca perdió.