
Un 24 de agosto de 2022 fue decretado en Europa el fin de la abundancia. El anuncio corrió a cargo de un presidente francés, país cuya afición a imprimir giros históricos no cabe discutir. Además de la abundancia, Macron proclamó el fin de la despreocupación material y el de la evidencia democrática, y no incidió en el fin de la novela y la extinción del cine porque ya no hace falta. Lo que quiso decir el más inteligente y por ello el menos modesto de los líderes europeos es que pronto los franceses van a entrar en abrupto contacto con una verdad antigua que el personal tiende a olvidar a poco que prospera, seguramente por estar oculta entre las páginas de los libros, a salvo de reproducciones masivas en pantallas de cristal. La verdad que contienen las elegías clásicas, los capiteles románicos, los cuadros de Brueghel, la narrativa decimonónica y otros lugares poco frecuentados. Y no es malo que el personal la olvide, porque la evolución nos ha enseñado que no se puede vivir mirando a los ojos de Medusa.