
La decepción será insoportable cuando Giorgia Meloni no se comporte como la fascista que se espera de ella, sino como otra política canónica de la democracia italiana, donde la farsa populista marca el canon hace décadas. Los primeros decepcionados serán los antifascistas, cada vez más amenazados no por el avance del fascismo sino por la falta de lectores. Hay un progresista entrañable que necesita contarnos la vigencia de su lucha contra Mussolini, Hitler o Franco y sus inacabables reencarnaciones porque desea estar a la altura moral de su padre o de su abuelo, y de aquel cuento tan bonito de gendarmes y fascistas y estudiantes con flequillo. Pero mientras esta izquierda enganchada al jaco de la memoria pierde el tiempo en los talleres narrativos del gastado género de la distopía, la derecha se dedica a ganar elecciones.