
La historia de Miguel Ángel Blanco no empieza en Ermua sino en Mondragón, a orillas del río Deba, en el podrido subsuelo de la nave industrial donde Ortega Lara fue enterrado en vida y rescatado tras 12.768 horas exactas de agonía. Hoy ese lugar es un almacén abandonado de propiedad municipal, comido por la maleza y regado de cristales rotos. En la puerta metálica hay una rojigualda tachada y una pintada que injuria al sindicato Jusapol. Junto a la nave han construido un área infantil con columpios, y si uno permanece allí el tiempo suficiente oirá cantar a un gallo y reír a algún niño, sonidos impertinentes allí donde un hombre fue torturado. Pero el ayuntamiento no se limitó a comprar este siniestro edificio: desactivó su potencia pedagógica rellenando el zulo con hormigón. Hoy no es posible ver el agujero donde fue recluido el funcionario de prisiones. De eso se trataba y de eso se sigue tratando en Euskadi: de recordar o de olvidar.