
Reúne Putin lo peor de la derecha, que es el historicismo, y lo peor de la izquierda, que es el colectivismo. El historicista fomenta la nostalgia de un pasado nacional que él cree heroico y solo es mítico para guiar la política de hoy. El colectivista sacrifica los derechos individuales a un fin que cree superior. Estas dos depravaciones convergen en un mismo odio a la libertad, desprecian la realidad presente en pos de un futuro utópico y sumadas dan el nacionalpopulismo, emoción política que postula a un profeta comandando el destino de un pueblo sin instituciones ni contrapoderes. Ese fantasma recorre Europa en el siglo XXI como lo hizo en el XIX y en el XX, porque el sapiens es un mono con wifi que sigue deseando dominar y ser dominado. Lo natural es la guerra, la aldea, la esclavitud del diferente. Lo artificial es la democracia, la cesión pactada de soberanía, la convivencia con el distinto.