
Bastaron tres carreras sincronizadas para presionar el saque inicial del Madrid y el Parque de los Príncipes se convirtió en el suburbio de los mendigos, condenados los de blanco a sobrevivir en un entorno hostil del primer al último minuto. El minuto exacto en que cayó herido, que no muerto. Quién sino Mbappé iba a honrar la noble tradición del madridista vocacional que daña al club que tanto le espera. Recortaba al francés a Carvajal y de paso la respiración, con una superioridad que volvía insultante cualquier comparación física, técnica, antropológica. Messi merece hoy el Goya al actor revelación al lado de la superestrella gala.