
Quizá ya se haya dado cuenta Pablo Casado de que disparar a tu mejor soldado es como hacerlo sobre tu propia sien. En política el muerto equivale al cornudo -suele ser el último en enterarse-, pero ni siquiera las gruesas paredes de Génova, compactadas por la mediocridad e insonorizadas por la cobardía, pueden aislar ya al difunto de la clamorosa plegaria que se eleva en su nombre desde las calles de Madrid, rompeolas de todas las Españas.