
El votante de derechas random, pongamos que se llama Paco, hace tres años que asume, aprueba, desea y hoy hasta suspira -en este orden cronológico- por un entendimiento natural entre PP y Vox, porque al nivel de la calle solo se percibe una semejanza fundamental entre ambos: no son sanchistas. Paco no trata con políticos ni tiene por qué conocer el hábitat caníbal en que se desarrolla la vida cotidiana de un partido, de un Parlamento, no digamos ya de un gobierno de coalición. Si se asomara por una mirilla -como hacemos a diario los periodistas- y les oyera hablar como hablan cuando saben que sus votantes no les ven, Paco no saldría ya nunca de la abstención, como tampoco Manolo, el votante de izquierdas random. Esta farsa estructural es el gran secreto de las democracias representativas, pero en latitudes menos defectuosas está paliada por una cuota vocacional de servidores públicos decentes.