
Cada septiembre volvemos a la guerra, pero a la trinchera se ha de ir como se va a la oficina: sin rencor y sin petulancia. Es preciso imaginar a Sísifo dichoso, advirtió Camus, y uno debe tenerlo presente cuando llega de la Florencia de los Médici ala España de Sánchez. Confieso que he entrevisto la posibilidad olímpica -escalofriante- de renunciar al presente, de no opinar de nada ajeno al Renacimiento italiano, con el gusto estragado de belleza, porque eso del síndrome de Stendhal lo han malinterpretado los cursis: no es un éxtasis sino una amenaza, presentimiento de muerte, enmudecimiento ante la imagen de la eternidad. Por eso cada septiembre urge reponerse de lo bello, y para eso contamos con la ayuda inestimable del sanchismo.