
Es duro tener 20 años en 2020, reconoció Macron paternalmente el día que anunció otro confinamiento. Piadoso, no añadió que hay edades peores para vivir bajo el imperio funeral de la covid. Si la ola de primavera nos redescubrió la vulnerabilidad esencial de la vejez, cuando el ángel exterminador se demoró en las residencias, la ola de otoño nos ofrece el insolente espectáculo de la salud juvenil. Tanta salud en un mundo enfermo genera frustración. Y a los 20 años no todos saben aliviarse con poses de filtro o acordes becquerianos a la guitarra.