
En los entornos opinativos a los que alcanza el generoso radio ideológico o salarial de Moncloa empiezan a proliferar los cazadores de hipérboles. Voces flemáticas que van señalando exaltados por redes y tertulias. Politólogos sólidamente esperanzados en el buen rumbo de nuestra democracia, si acaso amenazada por las exageraciones de la oposición. Hay que ver cómo rabia la caverna, sonríen meneando su platónica cabeza. Es la gente que echó la mañana de cierto día pompeyano señalando a los histéricos que salían corriendo por una fumarola que asomaba del Vesubio. Ese estamento impasible que aquella noche en el Atlántico insistía en que el Titanic era insumergible. Olfatean las hipérboles como los cerdos las trufas. Y demuestran nervios de acero ante el penúltimo atropello polaco de la Coalición Picapiedra –Pedro y Pablo– que está espantando a Europa, pero luego se ponen como la Castafiore en presencia de un ratón cuando Ayuso pone un tuit.