
Y Casado tomó la palabra. Y de pronto la palabra lo tomó a él. En la garganta del mejor parlamentario libra por libra de las actuales Cortes se desató un nudo que llevaba años aflautándole la voz, deformando sus pensamientos, obstruyendo sus verdaderas convicciones. En su memoria reciente se agitaban encuestas donde el 80% de sus propios votantes le reclamaban la abstención o el sí a Santiago Abascal. En su recuerdo lejano encontró al ninguneado vicesecretario que, a punto de dejar la política, decidió interponerse entre las dos damas de hierro del marianismo en descomposición. Casado repasó las razones de aquella victoria inesperada en las primarias y eligió la que menos encaja con su estereotipo de yerno impecable: la desobediencia. El instinto. Porque Casado era básicamente el tipo al que todo el mundo da consejos, especialmente la izquierda. Hasta este jueves.