
Precursor.
Debemos ser agradecidos con la calidad del debate parlamentario al día de hoy, porque su recuerdo infundirá ternura comparado con el nivel que alcanzará mañana. Cada día que pasa España se desliza un poco más por la pendiente gelatinosa de la polarización. Su desembocadura es una ciénaga tan infame como familiar, donde dos españoles eternos se matan entre sí. La gente ha sido golpeada por la muerte y ahora lo está siendo por la ruina: la primera causa un dolor que paraliza, pero la segunda añade la indignación que moviliza.
Otoño verá el estallido de movilizaciones urgidas por la primera miseria. El miedo y la ira volverán a cotizar muy alto en el mercado de la demoscopia y los partidos, por su propia naturaleza, correrán a atizarlo más para disputarse una subida en las encuestas. Pronto la única diferencia de la España poscovid con la de los años 30 será que hoy la vida humana se ha revalorizado tanto desde entonces que de momento no puede liquidarla un virus ideológico, sino uno estrictamente biológico.