
Nuestro Pelé.
El gol tantas veces suplicado y otras tantas denegado eligió para encarnarse a un niño brasileño con cabeza de alemán y olfato de argentino de barrio llamado Rodrygo. Se trata de un muchacho aplicado que ha venido a este mundo a no meterse con nadie y a hacer muchos goles. Mantiene un idilio particular con el botepronto, una suerte reservada a los delanteros que carecen de paciencia para dialogar con los centrales.
Así marcó su primer gol en el Madrid según debutaba y así marcó el primero de su ya histórico hat-trick contra el Galatasaray, sometiendo la pelota a una hipnosis súbita que la deja dormida, dispuesta para el remate. Marcó también de cabeza y con la derecha, y aún regaló un pase de la muerte a Benzema. Con quien comparte esa economía elegantísima de movimientos a la que hay que sumar el oportunismo de un Raúl. Si hubiera que ponerse asquerosamente cicateros le reprocharíamos cierto temor al choque, la falta de acometividad que a Vinicius le sobra. Fundiendo a ambos igual saldría Romario. Lo mejor es que tiene 18 años. O lo peor, porque después de lo de anoche ya solo puede ir a menos.