
Adán y Eva.
Nos hemos reído mucho del adanismo de los políticos que venían a tomar los cielos y hoy pisan el suelo estable del demoliberalismo y paladean el discreto encanto de la burguesía. Pero no hemos criticado lo suficiente el adanismo de los votantes, que compran su cháchara. Hay ejemplos de adanismo a izquierda y a derecha. Cuando Carmena llegó al Ayuntamiento, se diría que de súbito los gays dejaron de ser colgados de grúas en la Plaza Mayor para ser encaramados a las carrozas del Orgullo. Como si Gallardón no hubiera protagonizado aquella portada fucsia de Zero en agradecimiento a su decidido apoyo a la causa arcoíris. O como si Maroto, preso de una identidad que al parecer pertenece en régimen de monopolio al PSOE y a Podemos, no pudiera ser conservador o liberal antes que gay: odiosa homofobia la que reduce al gay a su impulso sexual y prescinde del albedrío de su cerebro. Irene Montero proclama llegada la hora solemne en que los padres españoles se corresponsabilicen de sus hijos, y habrá muchachas de tierno activismo morado que anden ya fijando semejante anacronismo en sus pancartas del 8 de marzo. En la otra acera, un número de votantes aún indeterminado -50 trols pueden salir de la misma IP- va propagando que nadie aquí defendía España hasta que Santi se subió a su caballo, y que sin Vox no habría juicio del 1-O. Pero Rivera ya recibió en 2007 una bala en un sobre a su nombre (muchos otros del PP y del PSOE la recibieron en la nuca) y fue el fiscal Maza el que se querelló por rebelión, aunque ahora nadie se acuerde de él porque las personas se mueren dos veces: cuando mueren y cuando se les olvida por interés electoral. El propio juez Serrano se arroga la introducción en España del discurso contra los chiringuitos políticos, cuando la regeneración y la lucha contra el clientelismo llevan al menos un lustro en el centro del debate público.
Un buen momento para ser adanista reventón es la víspera de la veintena, cuando los desencuentros entre la realidad aparente y los deseos latentes son más exagerados. En mi caso recuerdo el antañón asomarme a los garitos de Chueca con la sensación inmediata de que aquello era demasiado hortera -perdón, demasiado camp- para mí, a excepción de un pub y medio encantadores que podrían ser, por lo que a mí hace, de un club de camioneras lesbianas o de un grupo incógnito de heterosexuales mondos lirondos y serondos.
Tengo aprensión respecto al uso de ciertos conceptos. Nada más claro, aparentemente, que homosexual o heterosexual: bien, alguien a quién no le bailen el griego y el latín podría haber escogido algo mejor que el médico alemán que formuló esas categorías y proponer ‘homogéneo’ y ‘heterogéneo’. Quizá vengan un poco anchas para la mayoría de gentes que ahora se afanan con las distinciones que hace cuarenta años les hubieran provocado un sarpullido, pero a mí me suenan, me parece que tienen remanencia. Adánicas que son. Lo que pasa es que hay gente cuya razón de ser política es el infiltramienrto (=la putrefacción) y cuando no andan tirando piedras andan vociferando verbenas. He pensado si no habrá algo de snobismo en mantenerse en la barrera, pero mojarse no es comprometerse, es droga dura, es entro-meterse. Mejor mantenerse lejos de los queridos camaradas y sus zombies.