
Extras de Oliver Twist.
Dicen que el sorteo de Champions ha sido benévolo para el Madrid, pero este es el año en que se volvió científico el tópico de que no hay enemigo pequeño: el Kashima infunde en el madridista el mismo respeto que el Ajax. Tiene su encanto vivir en este estado de angustia novedosa, de amenaza insospechada. El Madrid post-Zidane ha hecho más por la empatía con los desfavorecidos que las campañas de marquesina de Carmena. Acostumbrados a viajar en el helicóptero del napalm con Wagner a todo trapo, los hinchas siguen ahora al campeón de Europa a pie por un arrozal sembrado de minas, con varios reclutas patosos en la patrulla, otros siempre a punto de mutilación y un vietnamita inadvertido preparando la emboscada en octavos de final. Es una experiencia pedagógica que ayuda a compadecer los brotes chamánicos de Simeone que han estomagado a dos europeos apolíneos como Modric y Courtois.
Este Ajax, por supuesto, no es el de los hermanos De Boer, Litmanen, Finidi, Overmars y Kluivert, esa maquinaria arrogante que sembró el pánico en las mentes preadolescentes de mi generación, antes del gol de Mijatovic y en pleno apogeo del PC Fútbol. Pero cuando unos rusos innominados te ridiculizan en casa y cuando ese De Gaulle alargado que guarda la garita libra a Occidente de empatar con el Rayo, no cabe concebir grandes esperanzas, salvo las de Dickens. Lo cual no significa que el Madrid no siga siendo naturalmente el favorito para ganar su cuarta Copa de Europa consecutiva, la quinta en seis años. Por la sencilla razón de que nadie esperaba que ganara la del año en curso, cuando a estas alturas no localizaba al Barça en la Liga por la tabla clasificatoria sino por el Google Earth.