Ingrávido y gentil

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Ministro en la luna.

Me dice Torreblanca que teme salir a la calle por si le cae un ministro encima, y yo le entiendo. Desde que alguien cantaba que están lloviendo hombres, aleluya, las precipitaciones se han vuelto más paritarias y es posible que pronto nos llueva una ministra de Justicia, seguida de un astronauta, o al revés. Lo del astronauta tiene más sentido porque su lugar es el espacio, pero en el caso de Pedro Duque no es necesario irse tan lejos: él solo se ha caído de un guindo. ¿Alrededor de qué luna de ingenuidad orbitaba Duque cuando se dejó convencer por algún echador de cartas pasado de adicción a HBO de que tenía algo que ganar alunizando en el Gobierno de Pedro Sánchez? Recordarán ustedes el sulfúrico epitafio que Gore Vidal vertió sobre la tumba del autor de A sangre fría: «Con su muerte, Capote imprime un interesante giro a su carrera». Con su fichaje por Sánchez, la nave del prestigio de Duque experimentó el súbito tirón de la gravedad, se puso al rojo cuando atravesó la atmósfera mediática en su caída y hoy reposa ya en el fondo legamoso de la política como otro juguete roto por la melancolía: un Buzz Lightyear al que nadie avisó de que el infinito no cabe en 84 escaños.

Nuestro man on the moon nos conmovió a todos con su comparecencia estelar. ¿A qué se debe la mezcla de conmiseración y desasosiego que sus balbuceos despertaron en el corazón del ciudadano educado en la lengua impávida del político profesional? Se debe a la obscena contemplación de la víctima de un engaño cuando el truco se desvela : una elemental empatía nos ruboriza cuando descubrimos que los ministros de Sánchez también montan sociedades para pagar menos impuestos. Pero de esa vergüenza ajena pasamos enseguida a la propia: ya no sentimos pena de Duque sino de nosotros mismos, tan estafados como él por el Gobierno de la Dignidad. Nos prometieron el fin de una época ominosa y el amanecer de la regeneración, pero cuando abrimos el paquete de Moncloa Exprés nos encontramos a un doctor manufacturado en un ministerio, a un grupo parlamentario que atropella al Legislativo, a una fiscal garantizando el éxito del puticlub de un extorsionador y a una vicepresidenta que aspira a tapar la caja de la prensa para que los clientes no adviertan la estafa.

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1 comentario

30 septiembre, 2018 · 23:18

Una respuesta a “Ingrávido y gentil

  1. cursum perficio

    El último giro impreso a su carrera por Capote, a lo que a mi se me entiende, fue la repetición casi literal en su lecho de muerte del elogio de Willa Cather extendido al principio de su carrera. No es difícil ver por qué. La autora se ocupa a lo largo de su carrera de los vagabundos o dejados de la mano del progreso, y lo hace de manera bien drástica, como se puede ver en ‘Mi Antonia’ o ‘El canto de la alondra’. La forma elíptica de introducir sus tramps fue retomada por Capote en In Cold Blood, en cuyo tercio final se expande en, más que consideraciones (eso es para los ensayos), aperçus sobre esa chusma antisocial que tanto nos enerva y que, por supuesto, requiere otros porqués y tiene otros recorridos que los más trillados con que solemos conformarnos. La carrera y el porte exterior de C. justificaría el repelús de Vidal, de no ser porque éste no tiene una sola novela que merezca la pena; quizá algún ensayo libertario en el sentido yanqui, no hispanolevantino, de la palabra. Capote por lo demás no sería capaz de modificar rasgos externos que si les muestras la puerta regresan por la ventana. Mire si no la sofisticada Golightly, asomada de tiros largos a un pedrusco en el desierto de una avenida de madrugada (saque la etimología de Tyffany’s, prego) como Moisés a su zarza, para convertirse en un guiñapo redneck de esos que caminaban descalzos por el suelo de su aldehuela tejana cuando le comunican por carta la muerte de un hermano en acción. A mi me parece que conviene tomar cierta distancia con los manierismos de cada cual si se quiere llegar lejos

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