
Llamado a reformar.
Al barrio francés de Madrid lo llamamos de Justicia porque el Tribunal Supremo y la Audiencia Nacional enmarcan la hermosa plaza de la Villa de París, a la que se asoma la fachada del Instituto Francés, partida cada noche por un haz tricolor de luz roja, blanca y azul. Muy cerca, de la puerta del consulado, brotaba ayer una larga cola de votantes residentes en España. Estaban llamados a reventar el sistema o a reformarlo.
Sospecho que la mayoría de ellos, por haber experimentado la facilidad europea para instalarse en un país vecino, votó por lo segundo. Pero hace ya tiempo que sobrevaloramos la lógica cuando pronosticamos el sentido del voto en Occidente. Lo prueba el hecho de que los votantes de Mélenchon, en caso de que su extremista de izquierdas no pase a la segunda vuelta, declaran en las encuestas que se pasarán en masa a la extremista de derechas. La idea es que todo se vaya a tomar por culo, con uno o con otro, pero que se vaya. Romper la baraja y que vuelvan a repartir cartas como en 1789 (ignoran que entonces ya las dieron trucadas, pues nunca fue una revolución del pueblo sino de clase: la burguesía contra la aristocracia). Y a ver si hay más suerte con la nueva mano, que lo viejo nos ha decepcionado demasiadas veces.